Cuenta la historia, la bonita, la agradable, la que cuentan las abuelas, que en Concordia, un pueblecito enclavado en las estribaciones de la Sierra del Recuerdo, al norte del Caribe colombiano, cada veinticinco años el tiempo retrocede, permitiendo a los jóvenes ver cómo era el comportamiento de los residentes de su edad, un cuarto de siglo antes.
Es un hecho único en el mundo, una dispensa extraordinaria concedida por el Dios Crono a los primeros ancianos del pueblo, quienes la solicitaron alarmados al ver cómo el desarrollo, con un simple click, cambiaba el comportamiento de sus jóvenes en sociedad y su percepción de la naturaleza.
Al maravilloso acontecimiento solo tienen acceso veinticinco jóvenes, de veinticinco años de edad, quienes solo por veinticinco segundos, se les concede el privilegio de desfilar ante sus ojos escenas de cómo eran y cómo actuaban los jóvenes de su edad, veinticinco años atrás.
Según cuentan las abuelas, el día de la retrospectiva un sopor colectivo del que únicamente escapan los ancianos y los veinticinco jóvenes escogidos, se apodera de los residentes de concordia.
La luz desaparece quedando en tinieblas toda la población, con excepción de la calle principal y la plaza del pueblo, que son alumbradas con una luminiscencia ocre que las hacen parecer una foto envejecida.
Nadie sabe quién da inició a la nueva retrospectiva, pero justo al cumplirse veinticinco años de la última, los veinticinco jóvenes y los ancianos de Concordia comienzan a ver, como en una película de Cinemascope, como se desarrollaba la actividad en las calles y cómo era el comportamiento de los jóvenes en ellas.
Las imágenes descubren a jóvenes reunidos en las terrazas y en la plaza mirándose a la cara, conversando, sintiendo el matiz de las palabras y compartiendo la alegría de una sonrisa.
Jóvenes disfrutando de la belleza de un crepúsculo o conquistando a las chicas con flores y galanteos románticos.
Jóvenes reunidos en familia alrededor de una mesa compartiendo las actividades realizadas en el día y comentando los nuevos proyectos.
Niños disfrutando de la lectura de cuentos infantiles o correteando con los amiguitos de la cuadra.
El tañer de veinticinco campanadas da por finalizado el instructivo momento y las calles de Concordia vuelven a la realidad social del momento con sus actividades y costumbres actuales.
Jóvenes reunidos ante su Smartphone, chateando en un lenguaje con emociones virtuales y sin reglas ortográficas.
Jóvenes desarraigados de la naturaleza para quienes un crepúsculo no es más que el nombre de una película.
Jóvenes conquistando chicas con tácticas fundamentadas en la pasión y el sexo, aprendidas en programas de televisión o en películas.
Jóvenes sin tiempo para compartir en familia porque prefieren la compañía de los colegas de la cuadrilla.
Y niños aferrados a sus consolas demostrando sus habilidades en videos juegos violentos, con crueles personajes que se enfrentan en sangrientas batallas en la que el vencedor, es aquel que descabeza a un mayor número de contrincantes.
Hace algunos días ocurrió la última retrospectiva, pero desde ya los ancianos saben que el tiempo no volverá a retroceder en Concordia, Y lo saben porque la única condición del Dios Crono para conceder semejante dispensa, era que los veinticinco jóvenes escogidos transmitieran posteriormente las imágenes de esas costumbres perdidas a su generación, pero esta vez, al preguntárseles al grupo de jóvenes si lo harían, lamentablemente todos coincidieron en la respuesta.
– No, no podemos. No nos dejaron traer móvil.

He podido ver las calles, la plaza, la gente… Maravilloso relato. Ha sido un placer leerte. Un abrazo y feliz año
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Muchisimas gracias. Muy motivante tu comentarios Misletrasliterarias. mis buenos deseos también para ti en este año que comienza
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