Añoranzas de un cronista IV
“Quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, Jorge A. Ruiz de Santayana
Hace apenas diez años, don Florentino Guzmán, todos los días al caer la tarde, sacaba su taburete, se arropaba desde los hombros en su vieja manta de hilo de hamaca y tabaco en boca, veía desde la terraza de su casa en Piojó, cómo el cerro La Vieja se tragaba lentamente al sol.
Eran tiempos, no lejanos, en los que sus nietos y los demás niños de la población correteaban iguanas y colocaban trampas de piñique en las ramas de los árboles para atrapar cotorras, loros y pájaros que llegaban en bandadas al cerro, en la temporada de invierno.
Esas imágenes son ahora sólo recuerdos que don Florentino y otros ancianos de Piojó cuentan a los foráneos que por alguna razón llegan al Municipio y se sorprenden con el dramático deterioro que ofrece ahora su devastado territorio.
Piojó, el tercer municipio en extensión del departamento del Atlántico, ha sido literalmente arrasado por una tala incontrolada e indiscriminada, que ha convertido a por lo menos el 60 por ciento de sus cerros en verdaderos peladeros.
Nada queda del Piojó de antaño que recuerdan los ancianos y los no tan viejos del Municipio. Ni siquiera su agradable clima, porque ahora en las tardes, ya no se sientan arropados con sus mantas de hilos de hamaca, sino que por el contrario deben hacerlo con el torso descubierto y abanico en mano para amainar una temperatura de 32 grados a la sombra
En un anuario estadístico editado en 1990 por la Gobernación Departamental y el Departamento Administrativo de Estadísticas, Dane, se describe al Municipio de Piojó como una región que cuenta con numerosos arroyos como El Antón, Capiro, Chiconavia y Guacamayo. Actualmente ninguno de estos existe y, por el contrario, la población padece enormes problemas de agua potable.
A MACHETE Y FUEGO
Tan pronto como se entra en jurisdicción del Municipio de Piojó, por la Carretera de El Algodón, se observa los enormes peladeros. Grandes extensiones de tierra arborizada han sido arrasadas a machete y fuego por los mismos campesinos de la región.
Al recorrer su extensión, es común ver columnas de fuego en los cerros e incluso en los terrenos planos del Municipio, señal inequívoca de que un número indeterminado de árboles se están convirtiendo en carbón vegetal. Esta es una operación que se repite a diario en todo el Municipio sin que autoridad ni entidad alguna haga nada por evitarlo.
No se tiene un estimativo de las toneladas de carbón que son procesadas a diario en este Municipio, pero se asegura que un solo comerciante de carbón que se surte en esta región, puede estar llegando a negociar hasta seis toneladas mensuales.
Pero si bien la devastación del Municipio de Piojó es criminal, lo es también el abandono en que están sumidos los campesinos de la zona por parte de la Administración Municipal, que no implementa programas agropecuarios que les permitan a los residentes de la región, generar su sustento y el de sus familias, de los productos que pueden extraer de la tierra.
Desde hace años Piojó dejó de ser ese punto importante de la economía agrícola de la comarca, que describen los anuarios estadísticos. La fertilidad de sus suelos, pródigos para la ganadería y el cultivo de algodón, maíz, millo y yuca, ahora sólo es aprovechada por un reducido grupo de terratenientes que tienen los recursos y los medios para no resultar afectados por la falta de apoyo gubernamental.
Lo peor de todo es que la tala de los bosques tiende a aumentar, porque ha sido asumida como un medio de subsistencia, lo que aleja aún más de su conciencia, la gravedad del daño que le causan a la naturaleza y por ende a ellos mismos.
El Heraldo, 3 de Abril de 1994
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