“Quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, Jorge A. Ruiz de Santayana

Imagen Orlando Amador
Las primeras víctimas que evidenciaron el ecocidio cometido contra el Parque Natural Isla Salamanca, al norte de Colombia, fueron los micos y las zorras patonas que desesperadas por la falta de agua dulce, murieron aplastadas por las llantas de los automóviles al intentar cruzar la carretera buscando donde saciar la sed.
Otros animales, también enloquecidos por la sed, se destrozaron entre sí en feroces combates, a pesar de ser colonias de una misma especie que por siempre habían convivido en completa armonía.
El desespero de las especies animales y la locura que generó en ellos la falta de agua se originó en el hecho de que el agua del parque, antes salobre, se salinizó hasta el punto de tener 200 partes por mil, cuando el nivel de la zona alcanzaba un máximo de 64 partes por mil en períodos cortos.

Imafgen. Orlando Amador
Eso ocasión además que la vegetación, constituida por tres especies de mangles, aunque resistió un poco más, también sucumbiera a la salinidad de las aguas, que se extendió en un recorrido de muerte que abarcó más de 6.300 hectáreas de las 21 mil que conforman el área total del parque.
Los únicos que se salvaron de la devastación fueron el pájaro fragata, el pelícano, la Garza Real y demás especies de aves que habitaban la isla, porque pudieron alzar vuelo y escapar al mayor ecocidio registrado en Colombia.
Veinte años después de haber comenzado el deterioro del parque natural, el paisaje desolador, deprimente y bochornoso de mangles muertos aún permanece a la vista de todos a lado y lado de la carretera que conduce de Barranquilla a Santa Marta, desde el kilómetro 15 al 36.
Esos 21 kilómetros de cementerio marino se constituyen en la vitrina más grande del mundo que muestra la indiferencia canalla que un Estado tiene hacia sus recursos naturales, porque a pesar de todos los años transcurridos, nunca se ha conocido un juicio de responsabilidad por este desastre ecológico y, lo que es peor, aún no se emprenden los programas definitivos para buscar la recuperación de una zona que, según la consideración de los especialistas, es la única reserva manglárica del caribe colombiano y el pulmón más grande de la Costa Atlántica.
Por más de veinte años, esqueletos de vegetación yacen esparcidos por el suelo, aunque muchos troncos resecos de mangles permanecen en pie con sus ramas resecas extendidas al viento, semejando figuras fantasmagóricas que claman justicia.
El Heraldo, 25 de Junio de 1992

Imagen Tamayo
Nota Actual del autor
25 años después de escrita esta crónica periodística hemos comprobado lamentablemente la premonición que hicimos en ella. Hoy casi la totalidad de los manglares y pantanos que existían a lo largo de esas 6.300 hectáreas afectadas han desaparecido. Actualmente gran parte de esa región Deltaico Estuarina del Río Magdalena, quedó reducida a playones salinos y toda la riqueza de fauna y flora que existía en ella, sólo permanecerá en la memoria de quienes tuvimos el privilegio de verla y disfrutarla. Ahora las nuevas generaciones sólo podrán conformarse con conocer su belleza a través de los excelentes registros fotográficos que quedan de ella, como las de Orlando Amador y de Tamayo, que ilustran estas líneas, que son el eco por el clamor de una justicia que nunca llegó para aliviar la vergüenza, por uno de los ecocidio mas grandes cometidos contra la fauna y la flora colombiana.
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