“En el mundo actual se está invirtiendo 5 veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. En algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con el pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para que sirven”.
La frase que acaban de leer no es mía, es del Médico, Científico y Escritor Drauzio Varella, quien con esta reveladora frase alertaba por allá en el 2010, sobre la poca o insuficiente atención que tanto los gobiernos como la sociedad, le daban al incremento del número de casos de Alzheimer que ya se registraban por esa época.
Hoy les traigo un tema bastante triste.
Triste, doloroso y preocupante, porque a pesar de las desesperadas advertencias que ya se hacían en el 2010, cinco años después en el 2015, se contabilizaron según estudio, alrededor de 47 millones de personas en todo el mundo afectadas por el Alzheimer y según la Sociedad Española de Neurología, SEN, 800 mil de ellos están aquí en España, con el agravante de que anualmente se registran 40 mil nuevos casos.
Lo más grave aún es que el estudio del 2015 advierte que si no se incrementan las medidas contra la propagación de esta enfermedad y no se frenaba la prevalencia de la demencia, las proyecciones indicaban que en el año 2050 habrá alrededor de 130 millones de personas afectadas.
Sí que es alarmante y ante la falta de políticas efectivas de los gobiernos, nos vemos en la necesidad de protegernos desde el punto de vista individual, tomar precauciones para evitar el Alzeimer.
Sobre eso los estudios de la Sociedad Española de Neurología determinan que el 35% de los casos de Alzheimer se pueden atribuir a nueve factores de riesgo modificables. Por lo que es sumamente importante, Atención. Controlar la diabetes, la hipertensión arterial, la obesidad, el tabaquismo, el sedentarismo, la depresión, la inactividad cognitiva, la hipoacusia y el aislamiento social.
Los estudios establecen que controlando esos factores se podrían potencialmente prevenir entre 1 y 3 millones de casos de Alzheimer en el mundo.
Paralelo a esto el Doctor Juan Fortea, Coordinador del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología (SEN), sostiene que urge invertir en lograr un mayor conocimiento de la fisiopatología de esta enfermedad lo que facilitaría el desarrollo de fármacos más eficaces.
En otras palabras, lo que pedía Drauzio Varrella en el 2010, invertir menos para conseguir tetas grandes y penes duros y aumentar los recursos en estudios que ayuden a prevenir el Alzeimer.
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Bóveda de recuerdos
Frente a la puerta abierta del refrigerador, Raymundo Sanjuan no supo si acababa de abrirla o ya se disponía a cerrarla. Fueron unos segundos de incertidumbre que resolvió al ver que llevaba en su mano izquierda una camisa recién planchadas, y recordó entonces que se dirigía hacia su armario.
– ¿Qué buscas? – Le preguntó Beatriz, su esposa, al entrar a la cocina y verlo tan dubitativo frente al refrigerador abierto.
Raymundo Sanjuan cerró la puerta, se giró hacía ella y sonriendo le respondió.
– Nada cariño, nada, despistes a los que nos lleva la vejez, – se lo dijo caminando hacia la puerta de la cocina para abandonarla y al pasar junto a su esposa, acercó su rostro al de ella y sin detenerse la beso en la mejilla. Beatriz sonrió y antes que él se alejara, le dio una palmada en las nalgas y en broma le gritó:
– Ve a llevar eso a la habitación. ¡Y levanta los pies vejestorio!
Él, acababa de cumplir los sesenta años y ella cumpliría dentro de poco los cincuenta y por entonces, ambos se hacían bromas sobre cómo se manifestaba en ellos el paso inexorable del tiempo.
Diez años habían transcurrido desde aquella escena en la cocina y Beatriz no dejaba de lamentar el haberse tomado a broma tantas señales, como aquella otra en la que, por la misma fecha, Raymundo se despertó en la madrugada, caminó hasta el armario, abrió la puerta, extrajo uno de los cajones y orinó en el creyendo que estaba en el servicio.
– Deja de mortificarte con eso, que no hubieses podido hacer nada para evitarlo. – Intentó calmarla Alexandra, la doctora que confirmó la enfermedad del olvido en su esposo.
– ¿Qué puedo hacer para ayudarlo? – Preguntó Beatriz desde la impotencia en la que la había dejado el diagnóstico médico.
– Para ayudarlo a él nada. Para ayudarte a ti, llenarte de paciencia y mucha comprensión para cuando lleguen los peores momentos, que siento adelantarte, serán más tristes y dolorosos – Contestó la doctora.
Tiempo después de esa conversación. Beatriz se preguntaría cuánta paciencia y comprensión se necesitaba acumular para afrontar sin sufrimiento las perversas manifestaciones de una enfermedad tan cruel, que roba los recuerdos al paciente, dejándolo en ese vacío tan profundo, ese limbo miserable de ausencias de sentimientos; de fría indiferencia hacia los seres queridos con quienes se ha compartido tantos momentos de amor y felicidad.
Beatriz amaba a su esposo con la serenidad y el agradecimiento cultivados en treinta años de feliz convivencia y estaba segura que Raymundo correspondía a esos sentimientos. Por eso, aceptaba con resignación los descuidos con el aseo personal en que incurría o sus inesperados ataques de ansiedad por no recordar como se hacía el nudo para atarse los zapatos o no recordaba cómo se llegaba a su habitación. Pero lo que le costaba aceptar o le era imposible evitar a Beatriz, era el dolor, la tristeza y hasta la indignación que le ocasionaban aquellos ataques de ira de Raymundo hacia las personas de su entorno, y lo que era peor, que hubiese olvidado que ella era su esposa y que esos extraños que entraban y salían de su casa, eran sus hijos.
Eso la llevó a pensar que la maldita enfermedad era más dolorosa para ella y toda su familia, que para su mismo marido y se avergonzó por eso, el día en que con mucho pesar, comprobó que el sufría tanto como ellos.
Lo supo una tarde antes de que el impenetrable manto del olvido cubriera para siempre los recuerdos de Raymundo.
Estaban sentados en la terraza de su casa disfrutando del fresco y el intenso colorido del crepúsculo caribeño, que alivia el trajín y los sinsabores del día.
Esa tarde, Raymundo Sanjuan le confesó que sabía dónde estaba su memoria. La miró con seguridad a los ojos y como revelándole un secreto que no quería que nadie más supiera, se llevó su dedo índice derecho hasta la cabeza y tocándose la cien con leves toques, le aseguró que había llegado hasta allí.
Le explicó que era un lugar muy recóndito llamado Hipocampo, más allá del lóbulo temporal, en lo profundo de su universo, de su cerebro, y que él había llegado hasta allí
Lo ilustró como un sitio muy especial, de caminos muy angostos e intrincados y espacios con formas asimétricas encajados perfectamente unos al lado de otros, construidos en un material esponjoso de color crema, sin más sonido que el impulso que trasmitían las emociones.
Una especie de desván para los sentimientos envuelto en una circunferencia limitada únicamente por la imaginación de sus residentes.
Le aseguró que allí había construido una bóveda especial para salvaguardar sus recuerdos. Un inmenso espacio dividido en secciones en el que los había guardado todos, clasificándolos por los sentimientos que los habían originado:
Recuerdos de la infancia y la juventud; de amores y desamores; recuerdos de hechos dulces y amargos; de triunfos y derrotas; de momentos de abundancia y escases e incluso de egoísmo y hasta aquellos que no eran para compartir con nadie.
Le confesó que era un espacio fascinante al que desafortunadamente cada día le costaba más encontrar, pero juró que recientemente había estado allí, en la sección de recuerdos buenos, disfrutando de su amor y los momentos felices que había vivido junto a ella, sus hijos, su familia y sus amigos.
Los recordó a todos con una extraordinaria lucidez, un emotivo brillo en la mirada y esa contagiosa tonalidad en las palabras, que sólo se consigue cuando se evoca con intensidad y deseo, la belleza de los recuerdos vivos.
– Por qué no me enseñas el camino y lo hacemos junto. – Le dijo Beatriz con voz temblorosa por la emoción.
Él la miró con el entusiasmo de la reminiscencia aún presente en su rostro y cuando quiso responder, una profunda tristeza cortó de repente su impulso. Sus ojos se llenaron de lágrimas, su voz perdió la encantadora tonalidad de los buenos recuerdos para dar paso a un susurro con el que le contestó.
– Porque no lo recuerdo.
Qué triste.
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Así es. Muy triste
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