De mi serie Periodismo Empresaria

Imagen tomada de Amazon.es
A mí me alegra ir a trabajar.
Esa sensación de alegría disfrutada sin complejo y expresada sin temor a quien no la comparta, es una de las claves para divertirnos en el lugar de trabajo y condicionar nuestros sentidos para realizar con entusiasmo la gestión laboral en el día a día.
Comparto con ustedes esta sensación así como el hecho de sentirme afortunado por estar durante siete horas seguidas de mi vida diaria, en un lugar en el que encuentro espacios para sonreír e incluso reír con compañeros, que a lo mejor sin meditar en este tema, están tan contentos como yo por poder hacerlo.
Manifestar en esta entrada este convencimiento no obedece a un inmenso y descarado peloteo de mi parte, sino a la sincera reflexión a un interrogante que nos planteó hace algunos días una, quien nos preguntó “si éramos felices en nuestro trabajo, o si somos de los que dejamos la felicidad a la entrada de la oficina para recogerla a la salida”.
Interesante interrogante del que actualmente se ocupan los expertos en Gestión Organizacional y en Recursos humanos, quienes, basados en estudios sobre la gestión laboral actual, han concluido que la alegría es un factor clave en el clima laboral y repercute positivamente en el desarrollo del trabajo diario de los colaboradores.
Si bien es cierto que la influencia del ambiente laboral en el desempeño de los trabajadores es un hecho comprobado desde hace ya algún tiempo, relacionar la alegría de los colaboradores con su actividad en la empresa, es un aspecto del que actualmente se habla con insistencia, porque los estudios han demostrado que un trabajador contento en su lugar de trabajo, reduce su ausentismo laboral, aleja el stress producido por las presiones inherentes a su labor o la rutina y mejora su eficiencia y rendimiento diario, además de otras circunstancias.
Así lo confirma entre otros expertos, Luis Hernán Irarrázaval, consejero del Programa de Ética Empresarial y Económica de Chile, en un artículo sobre el tema, en el que además se asegura que “cuando los colaboradores están contentos, demuestran interés y son personas innovadoras; mientras que cuando no lo están, muestran frustración e inconformidad”.
Por todo lo anterior, el Interrogante de la compañera no sólo es pertinente sino que merece considerarse teniendo en cuenta que, por las características de nuestro trabajo, estamos sometidos a exigencias, tensiones y presiones generadas por el requerimiento y la necesidad de alcanzar objetivos, que se afrontan mejor si dejamos espacio para sonreír y liberar tensiones.
Las empresas están cada vez más conscientes de que tener un ambiente de trabajo rodeado de optimismo en el que los colaboradores se sientan contentos, repercutirá de manera positiva en el logro de las metas propuestas y por consiguiente en el incremento de sus ingresos económicos.
Soy consciente que para algunos, trabajo y alegría en un recinto laboral es una utopía o algo poco común de conseguir y muchos artículos que he leído al respecto coinciden en esto. Sin embargo, aseguran que gran parte de la dificultad para que ello se dé, depende de nosotros mismo, de los colaboradores.
Entre las dificultades se señalan muchas que contemplan aspectos que van, desde la disposición personal del colaborador, a la reorientación de una cultura corporativa hacía el logro de esta meta.
En cuanto a la disposición personal permitidme compartir con ustedes tres obstáculos que he ido superando a lo largo de mi vida laboral, que supera los 20 años continuos de trabajo en dos continentes y que hoy me permiten abrirme a la posibilidad de disfrutar la sensación de sentirme contento en mi lugar de trabajo
El primero de ellos es considerar que la alegría en el trabajo depende exclusivamente de la remuneración económica que recibimos, obstáculo difícil de superar porque por lo general consideramos que está por debajo de lo que nos merecemos.
La segunda dificultad es no reconocer o aceptar las condiciones positivas con las que contamos en la empresa o infravalorarlas, colocando encima de ellas aquellas disposiciones de la empresa con las que no estamos de acuerdo o consideramos nos perjudican de alguna manera.
Y en tercer lugar está concebir a la empresa como nuestro enemigo, ese cuyo único objetivo es lucrarse con nuestro trabajo. Esto significa no reconocer o comentar nada positivo de ella porque entonces se te acusará de ser pro-empresa, lo que también equivale a que se te considere casi que como un traidor a tus compañeros.
Confieso que de esta dificultad me costó liberarme hasta que encontré razones para entender que no hay nada malo con ser pro-empresa y criticarla constructivamente cuando haya que hacerlo y en los espacios correspondiente para ello.
Para terminar, a la pregunta de que motivó esta entrada sobre si somos felices en nuestro trabajo le respondo que yo sí, y agregó que esa alegría no la dejo a la entrada del edificio, por que se corre el riesgo de no encontrarla cuando salga.
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