Sin el último adiós

Foto: Diario El Mundo, España

A los familiares de los más de 198 mil muertos por el Coronavirus  en el mundo 

Sólo sabemos en su cruda magnitud, cuan profundo y doloroso es el vacío que deja la muerte, cuando el destino en su inapelable designio sentencia la vida de un ser querido.

Por eso, hablar de la muerte cuando nos toca de cerca siempre entristecerá el alma, pese al esfuerzo de los poetas para aliviar con su don literario, la pesadumbre por esa ausencia eterna y el de los científicos y filósofos para convencernos, que veamos a la muerte con la naturalidad de un hecho inherente al ciclo de la vida.

Tengo la certeza de que todos en el fondo de nuestro ser tenemos, afortunadamente, la disposición para aceptar, unos con más fortaleza que otros, esa inevitable conclusión del ciclo de la existencia. 

Incluso me atrevo a asegurar que existe en muchos de nosotros, una mayor disposición a la aceptación de ese hecho, en aquellos casos en los que sea evidente que la muerte, es un alivio ante otras alternativas que no garanticen que la vida volverá a florecer.

Pero aclaro que esa aceptación de la pérdida, no blinda ni un ápice del dolor que causará la ausencia de ese ser querido, porque pese a los años que transcurran, lo lloraremos cuando afloren sus recuerdos.

La muerte de un ser querido en cualquier condición es inevitablemente dolorosa, pero lo es con más intensidad, cuando ésta llega en un momento en el que el destino se confabula con la fatalidad y las circunstancias te impiden dar rienda suelta al primer impulso de correr a su lado, abrazarte a él y darle el último adiós.

Cuando la pérdida de un ser querido ocurre así, la impotencia te derrumba, se ahonda aún más la pena, y al vacío que comienza a crecer desde ese momento en tu interior, se sumara el desconsuelo perpetuo por no haberte despedido.

Este es el efecto más lacerante que causa la actual Pandemia de Coronavirus que estamos sufriendo, porque ha impedido, por mandato sanitario, que familiares y amigos puedan despedir con el ritual que hace parte de sus creencias o con un último abrazo, a más de 198 mil personas que han muerto en el mundo, hasta hoy 25 de abril del 2020, que publico esta entrada.

Muchos han tenido que aceptar ver en sus últimos momentos a su madre, padre, esposo, esposa, hijos, hermanas, hermanos o familiar directo a través de pantallas de dispositivos móviles, ante la imposibilidad del contacto directo por el contagio.

Es en este instante donde sientes que te ahoga la impotencia de no poder estar allí, en ese único momento en que la irracionalidad del dolor nos permite consolarnos con la divina creencia de que su alma aún no se ha alejado lo suficiente y podrá escucharnos decir, que nuestro amor la acompañará por siempre en el camino que emprende hacia la ausencia eterna.

El mandato sanitario se impone a las razones del corazón y las creencias, por lo que los demás familiares no directos y amigos sólo pueden despedirse del cuerpo, viendo el paso de la carroza fúnebre rumbo al cementerio, en aquellos casos en los que no han escogido la incineración.

Algunos familiares se resisten a sepultar a su ser querido sin que tenga su ritual de despedida, convencidos por sus creencias religiosas o culturales, que sólo entonces es cuando su alma podrá abandonar el cuerpo y descansar verdaderamente en paz.

En España, desde donde escribo esta nota, son pocas las regiones donde se ha permitido que los féretros se conserven en los tanatorios, con la esperanza de que la epidemia conceda una tregua y se autoricen las ceremonias de despedida colectivas.

Fosa Común N. York. Foto: Diario. El País, España

Pero como se sabe hay ciudades como Nueva York en los Estados Unidos, donde el desborde de las morgues de los hospitales y los tanatorios es tal, que las imágenes de entierros en enormes y extensas fosas comunes son desgarradoras.

Me consuelo refugiándome en mi convencimiento de que existe una justicia poética que hará que un día, esos seres queridos regresen, aunque sea por un instante para fundirnos en el abrazo de despedida que no pudimos darle, aunque después, cuando la magia poética se rompa, tengan que partir nuevamente al paraíso desde donde han regresado.

Mientras tanto, seguiremos alimentando nuestra fortaleza en los recuerdos para resistir la dolorosa realidad de que la muerte es para siempre.

3 comentarios en “Sin el último adiós

  1. Nunca queremos o pensamos en despedir a nuestros seres queridos , (en lo particular me “gustaría” irme primero) y menos en estas impensables condiciones. El momento historico es sin duda un llamado a la reflexión, al reconocimiento de cuan feliz éramos…El no poder acompañar a nuestro muertos a su última mirada, es tal vez una sugerencia de El que todo lo puede para que en vida, lo hagamos con solidaridad y sin abusos de ninguna Índole. Alfonso excelente artículo.👍

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  2. He comentado -irresponsablemente, para muchos.- que a la manera de Serrat, sería fantástico elevar anclas en esta época solo para liberar a mis deudos del ritual frívolo de esperar a que otros aparezcan con luto improvisado y avienten un “lo siento” y de inmediato se atrincheren con otros extraños para pasar lista por los chismes de los últimos 20 años. ¨tu has pensado en el que queda pero el que se va, ¿será que de verdad quiere el abrazo, el adiós? ¿Será más doloroso acentuar con un beso la amargura por la certeza del acto final y la desesperanza por el regreso? Es un ejercicio triste, quien más y quien menos. De pronto. Deje así. Gracias, Alfon

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